¿De verdad necesitamos una jaula?

Paradójicamente gran parte del éxito de China se lo debe a su transición al liberalismo en los 80.
A finales de los años setenta y primeros de los ochenta, China inició una profunda discusión para establecer la relación que debe existir entre el mercado y el Estado. Se hizo preguntas tan incómodas en un régimen comunista como de qué manera el Estado podía ser un freno para el crecimiento y el progreso. El grupo de reformistas que sucedió a Mao, en el que estaban líderes como Deng Xiaoping, estaba dispuesto a acabar con el horrible legado del patriarca, creando una China poderosa que hiciera olvidar el desastre humano y económico que supuso la Revolución Cultural.
Para ello no tuvo impedimento en estudiar las propuestas de economistas como Friedman, Hayek u Oskar Lange, un polaco que trabajó mucho tiempo en la idea de hacer compatible el socialismo con el mercado. Durante aquellos años de reforma en los que se intentaba comprender cómo funcionaba el mundo, algunos de los representantes viajaban al exterior para aprender.
Un jefe de propaganda del Partido Comunista que visitó en una misión Japón escribió un informe en el que se sorprendía no solo de que la mayoría de los hogares tuvieran coche, televisión o frigorífico, sino de que las chicas japonesas que les guiaban en su visita se cambiaran de ropa todos los días.
Pronto, unos comunistas de raza pero con la mente abierta, se dieron cuenta de que el sistema que defendían con mano de hierro conducía directamente al fracaso y decidieron dar un salto pragmático, dejando la utopía a un lado. Lo primero que hicieron fue reintroducir el concepto de propiedad. Ese término que aquí en España está siendo ahora mismo tan denostado desde sectores que están incluso en el Gobierno. La introducción de la propiedad en el ámbito agrícola supuso que en cinco años los ingresos de los campesinos se incrementaran un 60%.
El segundo elemento que revolucionó China fue la fiscalidad como estímulo. En algún momento los mismos reformistas supieron que permitir a las empresas conservar parte de sus beneficios, a partir de un nivel de resultados, multiplicaba su eficiencia. A finales de los ochenta, el 80% de las grandes y medianas empresas de aquel país participaba en este sistema de incentivos. En menos de una década, China y el Partido Comunista habían adoptado con convicción el liberalismo económico, pero en ningún caso querían parecer capitalistas.
Este proceso de apertura en lo económico, pero bajo control político, lo describió otro de los colaboradores de Deng, Chen Yu, en lo que se llamó la Tesis de la Jaula, que más o menos viene a decir que un pájaro que sujetas con tus manos acabará muriendo o enfermando por la presión, pero si lo metes en una jaula con un tamaño adecuado puede acabar siendo lo suficientemente feliz e incluso procrear sin escapar volando.
El tercer elemento que ha hecho despegar a China es su apuesta por la tecnología. En esos años ochenta, otro de los miembros de ese grupo reformista, Hu Yaobang, se obsesionó con la lectura La Tercera Ola, la obra en la que el sociólogo estadounidense Alvin Toffler hacía una prospectiva sobre de qué manera la tecnología informática iba a disparar la productividad y cambiar el mundo. Tanto le gustó la reflexión de Toffler, que Yaobang obligó a que la leyera todo el mundo, hasta que esa pasión por la tecnología impregnara la apuesta por la modernización del país.
El cuarto factor que ha hecho poderosa a China ha sido su apertura al comercio. Desde que en 1980 creará en Guandong la primera Zona Económica Especial (ZEE), China no ha dejado de producir e impulsar las exportaciones. Los mercaderes de aquella región costera ya habían dominado el comercio mundial en el siglo XV y, una vez superado el trauma de Mao, vuelven a reivindicar su pasado.
Los que aquí odian a Estados Unidos y adoran a China no han caído en que el gigante asiático no ha importado para su exitoso modelo ni a sindicatos, ni a activistas ni a okupas. Gran parte del éxito se lo debe a la dosis de libertad que importó de nuestro mundo. ¿De verdad necesitamos una jaula?
Iñaki Garay. Director adjunto de Expansión